Esto va dedicado a Stephenie, que logró cautivarme,
a mi mejor amiga, por su apoyo incondicional y sin la cual no hubiera empezado este libro
, a Luilli y a Ali de Facebook, por creer en esto,
Y a todo aquel que sepa
que la inmortalidad solo se alcanza cuando amas para siempre
Libro uno: Renesmee
Prefacio
Sola, como estaba en ese lugar, no me hubiera costado para nada volver corriendo a Forks, como la niña tonta que en realidad era. Los días eran difíciles, las noches solitarias. Y era poco lo bueno que podía sacar de esa experiencia en general. Aunque de hecho estaba allí por propia voluntad.
Pero todo cambio de repente.
En cuando los vi, supe que tal vez algo adquiría sentido. Aunque resultaba completamente extraño su presencia en aquel lugar. Y de hecho, aunque debería haberlo tomado con extremo cuidado, supe que tenía que ser una señal de que debía quedarme en Juneau.
Sí, eso es lo que era. La señal que esperaba con toda mi fe, que me haría saber que había tomado la decisión correcta al alejarme de mi hogar, y sobre todo de mi amado.
Nuevo comienzo
Desperté sobresaltada.
La luz se filtró en mi habitación y dio por terminado mi sueño.
Que inoportuno.
Habían pasado días desde la última vez que había dormido. Eso era lo bueno de ser semi-vampiresa y semi-humana, podía estar despierta mucho tiempo, pero luego podía descansar y hundirme en la profundidad de mis sueños.
Estiré los brazos y por mi muñeca se deslizo mi anillo quileute de compromiso. Eso me hizo recordar el sueño: corría por la playa a gran velocidad, sobre mí se alzaba un sol increíblemente radiante, esa clase de sol que no es para nada común en mi hogar, Forks, Washington. Entonces, de la nada, apareció un enorme lobo rojizo, muy hermoso. Que venía por mí. Yo sonreía, expectante, esperándole, mientras giraba sobre mi misma y disfrutaba de la luminosidad del paisaje. El lobo se acercó, y de un momento a otro, ya no estaba más allí. En su lugar estaba mi Jacob, alto, con su hermosa piel cobriza y su deslumbrante sonrisa blanca. Me miraba con sus brillantes ojos oscuros y no pude hacer más que acercarme y acariciarle una mejilla con la punta de los dedos. El se acercó un poco más, todavía sonriente, y cuando entre nuestros rostros solo mediaban centímetros…
Volví a la realidad.
Intenté continuar durmiendo, pero era en vano, ya no estaba cansada. Luego de un rato decidí que debía levantarme. Abajo todos me esperaban. Ese era un día muy importante en mi vida. Cumplía siete años.
Obviamente, aparentaba mucho más que tan solo siete primaveras. Tal vez unas veinte.
Carlisle, mi abuelo, había dicho que el crecimiento acelerado ya casi se estaba deteniendo, y que pronto cesaría, según la historia de Nahuel, para siempre.
Era realmente incomodo haber crecido tan deprisa. Sin embargo, una de las cosas buenas era que ahora, resguardada por mi apariencia adolescente, podía salir a descubrir cosas nuevas, y nuevas personas. Aunque no en Forks. Allí no podría mostrarme. Mis padres me lo tenían prohibido.
Me levante de la cama, y fui directo hacia el tocador, me senté frente al espejo y observe detenidamente lo que me devolvía. Era cierto, hace casi un año los cambios se estaban volviendo completamente imperceptibles, incluso para la fina visión con la que contábamos todos los miembros de mi familia.
Existían veces en las que realmente había lamentado que mi infancia haya sido tan corta. Casi no había tenido tiempo para disfrutarla. Pero luego pensaba en todo el tiempo que tenía por delante. Demasiado.
Mi abuelo Carlisle tenía cerca de cuatrocientos setenta años. Aro, Cayo y Marco, esos extraños vampiros italianos que creían que mi existencia podría descubrir el secreto, tenían los tres mil años bien cumplidos.
Y entonces, a pesar de aparentar veinte años, me sentí pequeña, inexperta y completamente insignificante. Una niña de solo siete años.
Lo bueno de cumplir el 10 de septiembre era que mi hermosa madre cumplía solo tres días después. Por lo que toda la atención lograba disolverse un poco. Solo un poco.
Me vestí con un jersey azul y un pantalón blanco que estaban en el fondo de mi armario, dos veces más grande que mi dormitorio. Peiné mis rizos y los abroché con mi prendedor favorito, uno de oro que mi madre me regaló la primera navidad que pasamos juntas. Cuando decidí que estaba presentable, Salí de mi habitación, crucé el corredor y bajé por la escalera de caracol que llegaba a la estancia de mi hogar.
Y allí estaban todos. Mis tíos Emmet y Jasper, mis tías Rosalie y Alice, mis abuelos, Esme y Carlisle. También, sonrientes, hermosos e irradiando orgullo y amor, estaban mis padres, Bella y Edward. Se acercaron y me abrazaron juntos. Pude sentir el frío contacto de sus pieles marmóreas y sus intensos aromas a lilas, sol, fresas y miel. Fue entonces cuando me sentí muy feliz, completa.
Lo tenía todo. Una familia hermosa y comprensiva, sin la cual no podría vivir. Sentía tanto amor por mis padres que me resultaba difícil no decirlo o demostrarlo. Cada vez que podía le decía a mi padre que era el mejor y lo mucho que lo amaba. El sonreía, me besaba la frente y tarareaba esa hermosa canción de cuna que compuso cuando nací. Abrazaba a mi madre y pensando en todos los recuerdos que resaltaban cuando la adoraba, lograba que llegaran a su mente. Ella reía con esa melodía que sonaba a gloria y decía:
– Yo también, mas que a mi propia vida. –
Luego de mis padres, sentí otros abrazos, igual de fríos pero acompañados de nuevos aromas. Sus palabras de cariño me halagaban. También esperaban que dijera algo, pero la verdad es que nunca me gustó mucho hablar. Lo hacía solo cuando era algo completamente necesario. Era mas fácil mostrar a la gente lo que quería que expresarlo en palabras. Sin embargo, a vista de mis planes inmediatos, el habla debería comenzar a ser una práctica frecuente en mi modo de comunicación. Sobre todo si estaría rodeada de humanos.
En unas semanas partiría hacía la universidad.
Conocía muy poco el pueblo. En los últimos tiempos, las pocas veces que había estado en él era de noche. Cuando mi apariencia dejo de ser la de un bebé mis padres prefirieron que fuera Charlie el que me visitara, para que los humanos de Forks no se percataran de mi sobrenaturalidad.
Adoraba a mi abuelo Charlie, no hablaba mucho delante de el, ni de nadie a decir verdad, pero disfrutaba de su compañía, y el era feliz cuando yo estaba a su lado, lo sentía. Muchas veces me hubiera gustado que me lo dijera, pero no podía exigir algo que yo tampoco daba. El era la clase de persona que no suele expresar sus sentimientos, y yo era la clase de semivampiro que solo lo hace con sus dones sobrenaturales, para los cuales no estaba segura si mi abuelo estaba preparado.
Volví al presente.
– Renesmee que rápido ha pasado el tiempo, mírate, eres ya una mujer, una increíblemente hermosa además. – Dijo mi padre.
Puse los ojos en blanco. No era la primera vez que lo decía, ni el único.
La cuestión de mi belleza era algo que mi familia me recordaba todo el tiempo.
Era un bastante más alta que mi madre, un poco más de un metro setenta y cinco centímetros. Mi piel, blanca como el marfil y dura como el mármol es caliente al tacto humano o de un vampiro. Mi cabello, caía en tirabuzones broncíneos hasta mi cintura. Mi cuerpo era delgado, acentuando las curvas en los lugares correctos.
Me parecía mucho a mis padres. No mas a un o al otro, un perfecto equilibrio entre sus bellezas ultraterrenas. Solo en algo era completamente diferente a ellos. Mis ojos era de un chocolate con leche, tal como lo habían sido los de mi madre cuando era humana, o como los eran los de mi abuelo Charlie.
– Vamos Nessie, tienes que ver mi regalo. – Dijo mi tía Rosalie. Salio corriendo escaleras arriba y al cabo de un segundo ya estaba de vuelta, con una pequeña caja forrada en satén en sus manos. La colocó en la palma de mi mano, con una sonrisa radiante, que resaltaba su perfección.
La abrí. Era una pulsera de oro, delicada y preciosa. En el medio exacto de la cadena tenía un dije en forma de “R”, también de oro, con una incrustación de diamante. Le devolví la mirada, muy complacida por su obsequio. Estiró su brazo, y de su muñeca colgaba una pulsera exactamente igual, solo que la “R” de su dije tenia un zafiro.
– Es realmente hermoso, tía. Sabes que no tendrías que haberte molestado. –
– Me alegra que la encuentres bonita. Me pone muy feliz que te haya gustado. – Me contestó palmeándome la espalda.
– Vale, vale. Deja darle mi regalo a mi sobrinita. – Dijo Alice aproximándose a nosotras con ese andar danzarín, propio de ella. Sobre sus brazos, había también una caja, pero esta era mucho más grande. No me costó mucho tiempo adivinar que se trataba de ropa. ¡No se cansaba de ir de compras! Me gustaba ir con ella. Pasar horas y horas en los probadores era una verdadera terapia cuando no se te permite alejarte más de un par de kilómetros de tu hogar, sin alguien que te pise constantemente los talones, claro.
Realmente había veces en las que pensaba que nuestras tarjetas de crédito se derretirían.
Una de las cosas más divertidas era ver la cara de los vendedores. Las mujeres se morían de envidia cuando mis tías Rosalie y Alice junto conmigo cruzábamos la puerta. Y los hombres, eso si que daba risa. Se quedaban embobados, mirando el cuerpo de Rosalie o la perfección de las facciones de Alice.
No podía contar con mi madre para esas cosas. Ella odiaba ir de compras. O mejor dicho, cualquier actividad que demande un gasto innecesario o trivial. Y a mi me pasaba exactamente igual. No compartía la filosofía de “usar y tirar” que tenía mi tía con la ropa. O el hecho de que mi abuelo Carlisle cambiara más rápido de auto que de guantes de goma para sus cirugías. A decir verdad, la ropa era mi única debilidad. Y no la desechaba luego de utilizarla una vez. Para todo lo demás era bastante conservadora.
En la caja había un hermoso vestido de seda azul, mi color favorito. Era muy sexy y hermoso. Seguramente me quedaría un poco más arriba de las rodillas. Me encantó.
– ¿Te gusta Nessie? Se que no es gran cosa, ¡pero no sabía que regalarte! Especialmente porque no hay muchas cosas que no tengas. Pero vi este vestido y definitivamente es para ti. –
– ¡Gracias tía! Es hermoso. Y sabes que no es necesario que me regales nada. Todos ustedes lo saben.
– Por descontado Nessie, pero sabes lo mucho que nos gusta verte sonreír. –Dijo mí abuelo.
– Sonreiría igual, aunque no tuviera nada, simplemente con que estén a mi lado, abuelo, no es necesario tanto regalo.
– Vamos, hija, ya te pareces a tu madre. Son solo unos cuantos regalos, no te matarán.
Sonreí, era superior a mis fuerzas. No importaba cuanto les dijera que dejaran de consentirme, que ya no era una niña o que no quería que me regalaran nada. Jamás me harían caso. Y menos ese día.
– Hija, hoy es un día de cambio, a partir de hoy todo será diferente. – Dijo mi madre. – Sabes que te amo, y lo que me duele dejarte ir, pero has crecido y es tiempo de que veas el mundo. Tenemos la eternidad para estar juntas.
Esa era una de las cosas más difíciles. Las despedidas. Todo cuanto amaba estaba en Forks, y todo cuanto desconocía, más allá. Una sensación de cobardía comenzó a inundar mi pecho, y mi corazón inició un arrítmico palpitar.
Todos fueron conscientes de ese cambio emocional, en especial mi tío Jasper. Sentí el aura de paz que hizo que se materializara en la habitación, entonces me pude relajar.
– Si nos necesitas, estaremos allí enseguida, no es necesario que te pongas nerviosa. – Dijo el con su voz tan calmada.
– Lo sé, pero esto es algo que necesito hacer sola. ¡Es momento de poner en práctica todo lo que me han enseñado!
Sonrieron, una vez más demostrando lo mucho que esperaban que me fuera bien en mi nueva aventura. Esta vez, sola. Jamás había hecho algo en solitario, y aunque no quería admitirlo abiertamente, sobre todo a mis padres, todo el asunto de la universidad me asustaba tenuemente. No sabía bien por qué motivo en especial.
– Bueno, Nessie, solo queda un par de regalos más. Espero que puedas darle una buena utilidad al regalo de tu abuela y mío. – Buscó en sus bolsillos, y extrajo un juego de llaves plateadas. Lo miré por un segundo, sin comprender exactamente a que se refería. – Estas llaves son para tu nuevo departamento en Juneau.
Me quedé con la boca abierta.
Demasiado, solo pude pensar.
No era para nada necesario comprar un departamento porque iba a la universidad.
Que grupo de vampiros compradores compulsivos que tenía en mi familia.
– ¡Abuelo, sabes que dije expresamente que no quería ningún despilfarro innecesario de dinero!
– Pero linda, no es ningún gasto innecesario, tú estarás allí una buena temporada, y sabes que el dinero no es ningún problema. Cualquier cosa que haga tu estadía mas cómoda en Juneau, es urgente.
– Que parecida a tu madre eres. – Dijo mi padre sonriendo.
Le dediqué la mirada más antipática que fui capaz, pero mi madre ya estaba en eso cuando le contesto de forma bastante cortante. – Edward, se que tiene razón, no es un gasto necesario, aun así – Dijo, esta vez mirándome a mí – será mejor que dispongas de un lugar propio, solo por si acaso.
Sopesé el asunto por unos instantes. En realidad, ahora no me importaba mucho lo que mis abuelos hayan hecho. En unas semanas tendría que irme, y me resultaba difícil a pesar de que era una decisión que yo había tomado voluntariamente. Ya que a mi madre y padre, y también a mis abuelos, no les apetecía para nada que me fuera de Forks.
– ¿Que quieres hacer hoy, Nessie? – Preguntó mi tío Emmett. Como me divertía en su compañía. Las historias de nuestras andanzas eran increíbles.
– Mmm… no lo sé. Por ahora pasar el tiempo con ustedes.
– Pero cariño, no te vas a la luna, son solo unos cuantos kilómetros. ¡No es más que un pequeño viaje en avión o una carrera desenfrenada en mi hermoso Porche! – Bromeó mi tía Alice, y el encantador sonido de su risa llenó la habitación.
– Pero igual estaré lejos. – Dije melancólicamente.
Mi madre me abrazó, sabiendo como me sentía en ese momento. Teníamos mucho en común en ese sentido, ambas amábamos apasionadamente, y nos costaba mucho alejarnos del objeto de nuestro cariño. Sin embargo, nunca había tenido una versión pesimista del mundo, como ella cuando era humana. Creo que no me alcanzaría la eternidad para terminar de conocer a mi madre. Su personalidad siempre fue transparente, pero su modo de pensar era un completo secreto, incluso para mi padre, la persona que mas la conocía y la amaba, y la que era capaz de leer la mente de todo el mundo, menos de ella.
En los seis años y medio transcurridos desde que los Vulturis se alejaron de nuestra familia y amigos, todo había sido perfecto. Ese miedo que había sentido cuanto comprendí que mi sola existencia era antinatural, incluso en el mundo mitológico al que pertenecía mi familia, se había esfumado. Conservaba una memoria muy nítida de lo ocurrido en el claro esa víspera de año nuevo. Todo era muy irracional. Nuestra familia con sus testigos, los Vulturis con los suyos. Todos es post de confirmar su verdad.
El tiempo que medio entre esa época y el presente fue completamente diferente a ese escenario. Los amigos que había hecho en esa ocasión siguieron formando parte de mi vida. Fueron bastantes las veces que los visité o que ellos decidieron darse una vuelta por Forks.
Pero eso era pasado. Ya no me afectaba. En camino que se cernía sobre mí era lo incierto en ese momento. Y eso era lo realmente preocupante ahora.
– Por favor hija, no te preocupes, es algo que necesito que me prometas. Si no estas lista, te voy a pedir que me lo hagas saber. Sabes que puedes retrazar la universidad en tiempo que sea necesario. A decir verdad no entiendo porque quieres hacerlo ahora, pero te apoyo, porque es tu decisión. No me gustaría que te arrojes al exterior más por simple curiosidad que porque tienes la seguridad que podrás controlarlo. – Dijo mi padre.
– No es eso papá. Sé que estoy lista. No es la sed u otra debilidad lo que me aflige, se que eso es algo que puedo controlar a la perfección. Lo he hecho prácticamente desde que nací. – Suspiré – No, la sangre humana no me inquieta para nada. Solo una cosa me resulta difícil. Alejarme del lugar donde nací, y de ustedes. Nunca he estado en otro lugar que no sea Forks. Nunca intenté hacer mi hogar a otro sitio.
– Entonces no te vayas. Dijo mi abuela, acercándose y acariciándome la mejilla.
Solo pude abrazarla con todas mis fuerzas y susurrarle:
– No, esto es algo que tengo que hacer. Se que te duele que me marche, pero si lo retraso un tiempo más, la ansiedad será mayor y el miedo también.
– Por favor, Esme, déjala tomar sus decisiones. – Dijo Carlisle.
Ella me miró preocupada, pero luego, en sus grandes ojos dorados brilló el aliento. Me conocía demasiado bien,
La preocupación otra vez intentó nublarme, pero pude salir airosa de mi propia tormenta interior.
– Tengo que ponerme en marcha, me quedan dos semanas en Forks. ¡Tengo que disfrutarlas, luego no vendré hasta el receso de navidad!
– ¡Entonces está dicho, de compras a Portland! Dijo Alice sonriendo.
– Creo que hoy no tía, no tengo ganas de hacer mi equipaje por décimo novena vez. Ni hablar de llevar otra maleta. Se que el dinero no es problema en esta familia, ¡pero gastaré una pequeña fortuna por exceso de equipaje! – Bromeé.
Alice puso cara de pocos amigos, pero aceptó mis disculpas, ya que entendía que lo único malo que tenía ir de compras era trasladar tu vestuario de un estado a otro.
– ¿Te gustaría ir a ver a tu abuelo Charlie? – Preguntó mi madre.
Eso me sorprendió, mis padres no querían que bajara al pueblo.
– Creí que considerabas arriesgado que visitara el pueblo.
– Creo que dadas las circunstancias, eso ya no tiene mucho sentido. La idea de que la gente de pueblo no te vea, era para que no se percataran de lo rápido que crecías, pero ahora ya nada queda en ti del bebé que alguna vez estuvo en Forks.
Corrí a abrazarla nuevamente. A nuestro encuentro fue mi padre, que nos rodeo con sus brazos.
Los amaba con locura.
Mis manos, apoyadas sobre sus pieles marmóreas, transmitieron cada uno de los recuerdos dichosos que hacían de mí la persona la persona más feliz del mundo.
Sus abrazos se ciñeron más a mi cuerpo. Pero no me lastimaron para nada. Yo también era un ser fuerte, aunque no tanto como ellos.
En apariencia parecía mayor que mis padres. Ellos se habían quedado congelados a los diecinueve y diecisiete años, y yo aparentaba unos veinte. Tampoco ayudaba que fuera varios centímetros más alta que mi madre. Parecíamos más bien primos, o incluso hermanos, en vez de padres e hija. Era extraño que fuera el único ser en esa casa que cambiara. Pero bueno, eso terminaría ese día.
– Creo que será mejor que te fueras ya, no sería bueno que volvieras muy tarde. Además recuerda que tu abuelo Charlie necesita dormir más que tu. – Dijo mi padre riendo.
Puse los ojos en blanco.
– Tienes razón papá, será mejor que vaya ahora, de paso podría pasar por
De su rostro desapareció todo atisbo de humor.
No entendía a ciencia cierta porque a mi padre le disgustaba todavía mi relación con Jacob. A decir verdad ni siquiera se podía llamar relación. Jamás nos habíamos besado, ni estado a solas el suficiente tiempo como para intentarlo siquiera. Mi padre me celaba increíblemente, aunque lo entendí. No había tenido tiempo como para hacerse a la idea, como un padre normal, que su hija ha crecido y ha encontrado el amor de su vida.
– ¿Por qué pones esa cara? – Le dije enarcando una ceja.
– ¡Por todo lo que acabas de pensar!
¡Ese don de mi padre! Que molesto podía resultar a veces. Estaba en mi mente, y en la de todos, todo el tiempo.
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– Podrías intentarlo. – Susurró.
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Todos nos miraban, esas conversaciones eran típicas entre nosotros, no lo solo con mi padre. En los últimos años, cuando no tenía mejor cosa que hacer que jugar con mi don, había llegado a tener un control increíble sobre él. Ahora, luego de una gran práctica, podía no solo introducir pensamientos a la gente tocándola, sino también a distancia. No era tan sensacional como lo que hacia Zafrina. Pues me costaba mucho crear una continuidad en la visión, pero se le acercaba bastante. Es más, podía introducir voces en la mente. Cualquier imagen que quisiera. Hacía al don más interesante.
– Bueno, ya es suficiente, me iré a lo de mi abuelo. Volveré antes del crepúsculo.
Subí a mi habitación a la carrera. Cambié mi ropa por algo más adecuado para bajar al pueblo – un jean y una camiseta sin mangas, azul, claro – y bajé nuevamente a la estancia.
– Algo más Nessie, falta el regalo de tu madre y el mío – dijo papá, lanzando unas llaves sobre su hombro. Las agarré en vuelo.
Hizo un gesto para que lo siguiera. Nos dirigimos al garaje. Allí estaba el auto más hermoso que jamás hubiera visto. Un convertible largo y reluciente. Con asientos de cuero blanco y el exterior de un brillante color azul. Era un Porche. ¡Como me gustaban los autos hermosos y veloces! Algo en común con los Cullen y no con los Swan.
– ¡No podría ser mas perfecto! ¡Gracias!
A una velocidad a la que ningún humano podría ver, me deslice detrás del volante. El confort era magnifico. Desde el diseño exterior hasta sus perfectas líneas internas, el auto parecía hecho para mí. Introduje la llave en el contacto. El ruido del motor fue como un suave ronroneo. Música para mis oídos.
Saludé con un gesto a mi familia, y dando marcha atrás, me deslice por el camino de tierra que conducía a la autovía. No me costo mucho rato llegar a la única avenida que tenía forks. Me deslicé a una velocidad que mi abuelo hubiera desaprobado completamente, por lo que estuve frente de su casa en un tiempo completamente record.
No tarde mucho, tampoco, en situarme en frente de su puerta. Toqué dos veces.
En tan solo unos momentos escuché los pesados y atolondrados pasos de mi abuelo dirigirse hacía la entrada. Al abrir la puerta su sonrisa centelleó, encantadora.
– ¡Hola abuelo! – Saludé abrazándolo.
– Nessie, niña, que gusto tenerte aquí. ¿Dónde están tus padres? – Dijo, extrañado por no verlos conmigo. – Pero entra, vamos, ¡la lluvia te mojará! ¡Feliz cumpleaños, mi princesa! Si que has crecido rápido… – dijo, destacando la palabra.
– Gracias abuelo, es muy dulce de tu parte – le respondí, ignorando su sarcasmo – ¿Cómo has estado, Charlie? – Pregunté. La costumbre de llamarlo por su nombre la había adquirido de tanto escuchar a mi madre.
– Todo en orden, mi cielo. – Respondió. Entré a la casa que me resultaba tan acogedora y familiar. Tomé mi lugar de siempre en la cocina.
Sue Clearwater se encontraba allí. Ella era la pareja de mi abuelo.
Y la madre de los licántropos.
Reí en mi fuero interno.
La saludé con una sonrisa calida, que ella devolvió. Realmente Sue me caía muy bien, en especial por la dedicación con la que protegía a Charlie. Era una mujer silenciosa, de escasas palabras, pero muy compañera
– Sue, ¿Cómo has estado?
– Muy bien, Renesmee. Todo por aquí ha estado de lo más tranquilo, doy gracias a Dios por eso.
– ¿Cómo están las cosas por la reserva? – Pregunté nuevamente en un intento de ser más comunicativa, no solo con ella, sino con todos en general.
– Oh, muy bien niña. Todos allí están tranquilos y felices. – Respondió sonriendo, dejando entrever una sonrisa franca y blanca.
Sue no era una mujer hermosa. Pero tenía el encanto propio de su raza. La piel cobriza, el cabello oscuro y completamente lacio, que ahora le llegaba hasta la cintura, el rostro sin edad y las facciones afiladas. No era una persona mayor tampoco, debería tener solo algunos pocos años menos que Charlie. Nunca había preguntado exactamente la edad de ellos pero suponía, por todo lo que me habían contado, que Charlie debería haber pasado ya los cuarenta y cinco años, estando más bien cerca de los cincuenta.
– Me alegra escuchar eso, hace mucho que no veo a Seth, y bastante más a Leah, Jake me dijo que se fue a la universidad. –
– Seth se encuentra revoloteando por allí. Sí, Leah se marcho hace unos meses a la universidad. Había decidido no continuar con sus estudios, pero creo que esta más tranquila alejada de
Pensé en ello. Conocía bien esa parte de la historia. Jacob me lo había contado todo. “No tienes secretos con tu alma gemela” esa frase me vino a la mente. La desdicha de Leah me causaba una sensación de perdida. Era triste ver que no había logrado recuperarse de su amor por Sam, incluso tantos años después.
A veces la razón no logra imponerse sobre el corazón, y jamás vuelves a encontrarte a ti mismo. Te vuelves un solitario, que espera la compañía que hace tiempo se fue, y que jamás volverá.
El resto de la mañana y la tarde transcurrieron en completa armonía. Converse con ellos acerca de mis planes y les aseguré lo mucho que lo echaría de menos. No hicieron más que desearme buena suerte. Y eso me hizo sentir muy bien.
En un momento de la tarde Sue abandonó la cocina, diciendo que debía marcharse al mercado.
Pude notar algo de preocupación en la cara de mi abuelo. El generalmente no me preguntaba directamente las cosas que consideraba sobrenaturales. Aunque a estas alturas, pocas cosas lograban sorprenderlo. No es que enterarse que realmente era su nieta, algo que no sabía, iba a escandalizarlo, pero mis padres continuaban pensando que era mejor que ignorara algunas cosas sobre nuestro mundo. Cuando eran cerca de las seis de la tarde y estaba lista para irme camino a
– Nessie, ¿Dejas que te pregunte una cosa?
– Si abuelo, por supuesto. – Contesté un poco consternada.
– No sé realmente como abordar el tema, es especial cuando ya hay tantas cosas que decidí dejar pasar, por mantener mi salud mental lo más resguardada posible. – Comenzó sonriendo.
– Solo pregúntalo, intentaré ser lo mas sincera posible.
– Bueno, es algo bastante obvio a decir verdad, pero nunca he formulado la respuesta directamente a Bella o a Edward. Hay algo que me llama mucho la atención acerca de su comportamiento. No es que sea exactamente algo malo…– Titubeó – pero bueno, me parece que lo mejor es preguntártelo a ti. He notado que nunca comen en su casa o aquí. Que jamás los he escuchado bostezar o diciendo que estuvieran cansados. Y también algo que es lo más raro que he visto de todo. Los ojos de mi hija, así como los de mi yerno y sus padres y hermanos, cambian de color…–
La confusión de mi abuelo era muy grande. No sabía que era lo que tenía que contestarle. No quería mentirle, pero tampoco ser completamente honesta, eso era algo que sabía que él no necesitaba saber, no por lo menos de mis labios. La persona indicada para decírselo era mi madre, y ella todavía no estaba del todo segura de si esto era lo mejor. Sin embargo había que aceptar que estaba muy cerca de averiguarlo todo. Tal vez sería mejor que acabara con ello.
– Mira abuelo – Comencé – no sé si debería ser yo la que responda con esas inquietudes. Tienes razón en lo que dices, pero también entiendo que tú fuiste el que pidió no saber nada. – Esa era la mejor forma de abordar el tema, escapando por la tangente.
El sonrió.
– Tienes razón, pero hay cosas que no puedo ignorar. Esto no es algo que he descubierto recientemente, lo he notado prácticamente desde que naciste. Desde que mi hija cambió tan extrañamente de un mes a otro. No me malinterpretes, ella siempre fue una de las niñas más hermosas que yo haya visto, pero cuando volví a verla, luego de su enfermedad estaba completamente diferente. Era como si hubieran tomado a mi Bella y la hubieran mejorado, volviéndola la cosa más hermosa sobre la tierra. Y también noté algo que me pareció mucho, muchísimo más extraño, ¡hace siete años que no la veo tropezarse con algo o caerse simplemente por nada, como antes! –
Reímos, eso era algo que tenía que reconocerle como gracioso. Mi padre me había contado lo patosa y proclive a accidentes que había sido mi madre cuando era humana.
– Eso el algo que no puedo pasar por alto, mi chiquita. Conozco a mi hija, y se que ella es una persona completamente diferente a la que le entregué a tu padre hace más de siete años. Sabes… he estado investigando por Internet…– Dijo algo avergonzado.
Y giró la mirada hacía el moderno ordenador que descansaba en la sala. Era un regalo de mis padres.
– ¿Y que descubriste? – Le pregunté todavía sonriendo, para inspirarle confianza.
– Todavía nada que me esclarezca esto, nada que me resulto un poco lógico, pero bueno solo tenía la curiosidad.
Hubiera sido perfecto que mi padre estuviera allí en ese momento, leyendo la mente de Charlie y poniéndonos sobre aviso en lo que sea que sospechaba.
– Creo que lo que debes buscar, abuelo, es lo opuesto a lo lógico. Mírame, ¿Acaso no me has visto crecer en siete años el tiempo equivalente a veinte?
Eso lo dejó momentáneamente confundido.
– Sí, eso es verdad, pero contigo es diferente, siempre has sido así. Siempre que estuve cerca de ti, vi las cosas que te hacen única.
– Quizá deba hablar con mamá, ella debería darse una vuelta por aquí, para hablar contigo.
Charlie rió. Como si pensara que una charla profunda sobre el mundo sobrenatural con su hija, no fuera a llegar a buen puerto. Creo que era hora de que supiera la verdad. Aunque no tenía el valor de decírselo. “¡Sorpresa! ¡Somos todos vampiros!” No me parecía una buena forma de encarar la situación.
Sería mejor que pusiera sobre aviso a mis padres.
– Debo irme, abuelo.
– Esta bien mi cielo, solo recuerda venir a despedirte antes de marcharte.
– Claro que lo haré, de eso no te preocupes. – Afirmé.
Lo abracé y me encaminé hacia la puerta. Afuera el día estaba tal cual lo había dejado cuando llegué por la mañana.
Subí al coche y activé el techo del descapotable. Las primeras gotas ya empezaban a caer.
La lluvia en Forks era algo que no se podía evitar. Ese día había amanecido bastante estable, a pesar de que las nubes cubrían toda la superficie del cielo. El sol no se había dejado ver por una temporada bastante extensa. Pero eso no era algo que me detuviera. Mi piel no era como la de mi familia. Yo no necesitaba cubrirme del sol los días despejados. El contacto con los rayos del sol no generaba un brillo diamantino sobre mi cuerpo. Era más bien una luminosidad misteriosa. Pero nada que hiciera pensar que no era humana.
Igualmente mis padres hacía tiempo que no se dejaban ver por el pueblo. Es que también había algo que no se podía ignorar. El tiempo pasaba y ellos continuaban exactamente igual que cuando pusieron los pies en Forks. Carlisle había dejado de trabajar en el hospital hacía dos años.
Necesitaba retirarse de la mirada pública.
Mi madre era un caso completamente diferente. Ella tampoco debía ser vista en el pueblo. La gente notaría su transformación inmediatamente. Eran pocas las veces que venía a visitar a su padre.
No había tenido mucho contacto con sus amigos del instituto. Solo había podido cruzar unas líneas por correo electrónico con Angela Weber y también alguna que otra con Mike Newton. Sabia que Angela estaba bien y que pronto se casaría con Ben. También estaba al tanto de que Jessica Stanley y Mike ya tenían una preciosa niña de dos años llamada Charlotte. Yo no los conocía personalmente, pero sí había visto algunas fotos. En alguna ocasión me pareció verlos también, cuando estaba en el auto de mi madre manejando por el pueblo. Ellos jamás me habían visto. Los vidrios del coche estaban completamente tintados. No pude dejar de notar que, a pesar de no superar los veinticinco años, habían cambiado sustancialmente. Cosas típicas del paso del tiempo, supongo. Y mi familia estaba exactamente igual que cuando abrí los ojos por primera vez. Era necesario que ninguno de ellos mantuviera el contacto con los Cullen. Los humanos no podían conocer el mundo sobrenatural de vampiros o licántropos. Era demasiado para la sensata Angela Weber, la atolondraba Jessica Stanley o el irritante, según mi padre, Mike Newton.
Ellos por su parte creían que su amiga Bella se encontraba en algún lugar lejano de Europa, enfrentando las secuelas de una peste que había contraído en su luna de miel, siete años atrás.
Una vez pude escuchar que telefoneó a Angela. Había utilizado un tono de voz completamente diferente a su habitual canto de sirena. Parecía contenta de poder hablar un poco con ella. Angela había la persona que más apreciaba del instituto.
Giré a la derecha, camino a la autovía, y no pude dejar de pensar que pronto deberíamos abandonar Forks. Lo que me dolía era no saber el tiempo exactamente.
Claro, yo ahora me estaba yendo por unos meses, pero en menos tiempo del que pensábamos, debíamos abandonar el lugar. Debíamos irnos lejos. Lo suficiente como para que nadie nos pudiera reconocer. Era extraño pensar en la idea de establecerse en otro lugar. El solo hecho de pensar en lo que dejaba atrás me hizo estremecer.
Tomé el caminó que conducía hacia
Uno de los motivos por lo que había elegido Juneau para ir a la universidad era porque estaba acostumbrada a las nubes y a la humedad. Siempre había vivido en un clima así, por lo que cambiar a un clima seco y soleado se me hacía raro. Además, un clima como el de Juneau haría posible que mis padres me visitaran.
Rosalie había intentado persuadirme de que eligiera un destino calido, como California, o un lugar más concurrido, como Nueva York, pero lo cierto es que no tenía grandes aspiraciones para hacer la universidad por primera vez. Al fin y al cabo, tenía la eternidad para poder recorrer el mundo.
Todavía resonaba en mi memoria la primera vez que les dije a mis padres lo que tenía planeado hacer. Obviamente, lo primero fue un <
No, también era fuerte, rápida y letal. Si no hubieran estado mis padres para guiarme, seguramente sería tan peligrosa como cualquier neófito descontrolado, ávido de sangre. Pero no, había estado siempre al resguardo de mi familia. Y si bien eso me encantaba, crecí con la sensación de que llegado el caso, nunca sería capaz de defenderme a mi misma.
Al acercarse la fecha en la que dejaría atrás a la criatura, y sería una mujer oficialmente, más intenso se hizo ese deseo de reafirmar mi propia autonomía. Y ese era el motivo. Una vez alcanzada mi tan ansiada madurez, me sumergiría en el mundo real. Lejos de la familia perfecta a la que pertenecía.
El instituto de Forks me parecía poco práctico. Ninguno de ellos se podía hacer pasar por mis padres, por lo que no podría matricularme sin levantar sospechas.
Rennesme Cullen, el nombre ya daba que pensar, y aunque lo hubiera cambiado, quedaban varias cosas sueltas. La piel pálida, y el parecido con todos los miembros de mi familia, en especial con mis padres.
No podía concurrir al instituto de Forks, eso era seguro.
¿Entonces que otra opción segura me quedaba para probarme a mi misma? y se me ocurrió ese lugar, Juneau, tan frío y cubierto de nubes que no haría que sintiera que era una intrusa.
Cuando expliqué los motivos por los cuales necesitaba vivir esa experiencia, y la imperiosa necesidad de hacerlo sola, pudieron comprender los motivos, y también apoyarme en mi decisión.
Esta no iba a ser la única vez que me alejaba. Sin embargo tenía un significado especial, ya que sería algo decisivo en mi vida. Con ello probaría mi capacidad para poder afrontar los problemas sola.
Era un comienzo de lo más interesante.
Un nuevo comienzo.
Solo esperaba que fuera bueno.